AQUÍ
ME TENEIS, dispuesto a escribir, algo así como mi propia vida en prisión, tras
veinte años de silencio. Y lo hago, no solo porque quiero dedicarlo a la
Doctora en Derecho, MAR DOMINGUEZ FLORES, sino porque creo que es bueno mostrar
a la sociedad, los avatares que se pasan entre los cuatro muros.
Tras cierta
reflexión, me di cuenta de lo imperfecta que forzosamente es cualquier
tentativa de esta índole, pues por breve que sea una estancia en prisión y por
mucho que predominen en ella los abusos institucionales, no resulta fácil
exponer aquello que verdaderamente merece la pena decir a la sociedad, las
cárceles de hoy no son lo mismo que las de los sesenta, que las de los ochenta
ni que las de los noventa. Cada recuerdo está teñido por el estado actual, es
decir, por una perspectiva maligna diferente. Semejante constatación bastaría
para disuadirle a uno de su propósito. Lo cierto, sin embargo, es que de la
propia experiencia cabe entresacar algunas cosas que no están al alcance de las
conciencias sociales.
Siendo
todavía veinte años más joven adquirí ya viva conciencia de las ansias y
esperanzas que atosigan, sin tregua, a la mayoría de los presos. Desde muy
pronto vi también la crueldad de los carceleros, crueldad que por muchos años
viene ocultándose bajo la hipocresía y los engaños a la sociedad. La existencia
de los abusos en las cárceles mal llamadas “de la Democracia” condenan al preso
a defenderse de ese “ejercicio”, pero, aunque esta “defensa” podría satisfacer
al preso, no podría satisfacerle como ser pensante y sintiente.
Como
primera salida nos encontramos en los años mil novecientos…”noventa y seis”,
con los módulos de convivencia, mal llamados de “respeto” que la maquina
carcelaria se encarga de implantar al preso. De esta suerte – pese a que la Ley
considera a todos iguales – llegas a darte cuenta de que todo resulta un
chiste. A través de unos y otros compañeros y de la lectura de sus folletos de
divulgación me convencí enseguida de que todo lo que se contaba de estos módulos
no era otra cosa que una absurda mentira. La consecuencia es un libre
pensamiento fanático, unido a la impresión de que las cárceles, a través de
estos módulos rehabilitan al preso, una impresión demoledora. De esta
experiencia nació la desconfianza hacia cualquier clase de autoridad
carcelaria, una actitud escéptica hacia las convicciones que engañosamente
trataban las cárceles de presentar ante la ignorante sociedad.
Veo
claro, que el ser un preso con veinte años de experiencia fue mi primer intento
de liberarme de las ligaduras de los “módulos de respeto”, de una “existencia”
dominada de deseos, esperanzas y beneficios carcelarios. En estos módulos
estaba ese maligno mundo que existe independientemente de los módulos
tradicionales, mal llamados de “nocivos” y que se alzan como un enigma grande y
resocializador hacia la sociedad.
Lo que
acabo de exponer es verdad, al igual que un dibujo compuesto por unos cuantos
trazos no puede reproducir sino, un sentido limitado, un objeto complejo, lleno
de prolijos detalles. Cuando un preso halla solaz en las ideas bien
ensambladas, puede suceder que este lado de su naturaleza termine por sobresalir
en detrimento de sus derechos, llegando a determinar en medida creciente su
mentalidad hacia la lucha de los derechos del preso. Puede muy bien ocurrir
entonces que el preso vea retrospectivamente una evolución sistemática y
evolutiva allí donde lo realmente vivido se desarrolló en un caleidoscopio de
situaciones, pues la variedad de las situaciones carcelarias y la estrechez del
contenido momentáneo de la conciencia conllevan una especie de armonización de
la vida de los presos. El punto de giro de la evolución, en un preso de mi
talante, consiste en que el foco de atención se despega paulatinamente y en
gran medida de lo momentáneo y meramente personal y se centra en el ansia de
defensa de los derechos de los presos. Las esquemáticas consideraciones
anteriores, contempladas desde este punto de vista encierran tanta verdad como
permite semejante conciencia.
¿Qué
es en realidad pensar? Cuando al recibir impresiones sensoriales emergen
imágenes de la memoria, no se trata aun de “pensamientos”. Pero cuando una
determinada imagen reaparece en muchas de esas secuencias, se torna,
precisamente, en virtud de su recurrencia, un elemento ordenador de tales
sucesiones, conectando secuencias que de suyo eran inconexas. Un elemento
semejante se convierte en herramienta, en concepto.
Tengo
para mí, que el paso de la asociación libre, o, del “soñar” de los presos al
pensamiento se caracteriza por el papel, más o menos, dominante que desempeñe
ahí el “respeto”. En rigor no es necesario que el respeto vaya unido a una
disciplina abusiva, pero si lo está, entonces, el respeto, se torna
incomunicable.
¿Con
qué derecho – se preguntará usted – opera el preso tan problemático, sin hacer
el mínimo intento de probar ese tipo de módulos? Mi defensa, ¡todo mi
pensamiento es de esta especie, el de un juego libre con conceptos!, la
justificación del juego reside en el grado de comprensión que con su ayuda
puedo adquirir sobre las experiencias de las cárceles. El concepto de “verdad”
no es aplicable aun, a semejante estructura carcelaria, a mi entender este
concepto, solo entra en consideración cuando existe el reconocimiento acerca de
la falsa reinserción.
No me
cabe duda de que mis pensamientos se desarrollan, en su mayor parte, sin el uso
abusivo de “respeto”, y, además, inconscientemente en gran medida y sensatez.
Porque ¿Cómo se explica, si no, que me “asombre”, después de veinte años de
prisión, de la formación de estos módulos, con tanta falta de respeto y tantos
abusos y coacciones? Este tipo de “asombro” parece surgir cuando una vivencia
entra en conflicto con un mundo de conceptos muy fijado ya dentro de mí ( continuará...).